sábado, abril 30, 2011

Al pueblo pan y circo, que decían los romanos...

Pues que se  nos casó William, el hijo de Diana, princesa de Gales, la mujer que tuvo un final tan trágico en aquel legendario accidente de tráfico por el acoso de los paparazzis. Por ser William el segundo a la espera de algún día ser rey de Inglaterra y todos los países del Commonwelth, la susodicha boda tuvo carácter de semiestado. Semiestado e invitaron a 1900 personas entre los que se incluían a un selecto grupo de Jefes de Estado, una especie de quién es quién para los ingleses. Más allá de todo el chismerío digno de cotilleo al más puro estilo español, me resulta de singular importancia resaltar la relevancia que los medios de comunicación a nivel internacional, pero sobre todo en Estados Unidos y en México le dieron al susodicho evento.

La boda la presencié a través del canal de espectáculos norteamericano E! Entertainment television, el cual tuvo una serie de programas previos muy interesantes, a pesar de los frívolos que suelen ser en este canal, su programa previo sobre la historia de la familia del novio fue muy completa, con imágenes sobre la boda, coronación, la boda de Carlos y Diana, padres del novio y una remembranza de la familia de la novia, la ahora duquesa Catherine, duquesa de Cambridge, título que les fuera otorgado por la reina Elizabeth II, reina de Ingletarra y a la sazón abuela del novio.

Pero bueno, más allá de la cara de asco que le puso la abuela a los recién casados cuando se despidieron de ella al terminar la ceremonia religiosa, lo espantosas que se veían las primas paternas del novio y un largo etc, lo que más me sorprende es ver cómo la monarquía inglesa trata desesperadamente de arraigarse en una nueva generación que ni la quiere, ni la respeta y que cada vez se cuestiona más su existencia, porque sale caro mantenerlos, casi igual que México y su enquistadísima y desgastada clase política.

A la reina Elizabeth II la quiere la generación que vivió durante la Segunda Guerra Mundial y vieron cómo ella y su familia se mantuvieron en su país a pesar del bombardeo nazi, cuando ella era una princesita, lo cual queda perfectamente bien documentado en la película El discurso del rey, de ahí en fuera lo que hicieran estaba bien hecho. Pero, en estos tiempos, ya quedan pocos de aquellos años y las nuevas generaciones que difícilmente llegan a fin de quincena, que tienen pocas probabilidades de crecimiento u opciones para salir de viaje los ven como un montón de vagos que viven del erario público por ser hijos de quien son, con privilegios que vienen, en el caso de ellos, desde hace siglos, que a estas alturas poco o nada tienen que ver con la realidad de su país en la actualidad. William la tiene difícil en un mundo globalizado, pero no ausente del velo mágico con que pretenden vender a la monarquía.

Haciendo un recuento hay que recordar el origen de las monarquías que aún quedan vigentes, al menos las de Europa, después de que el Imperio romano fuera perdiendo fuerza, con un ejército debilitado por tantas guerras, las fronteras romanas -que incluían la mayor parte de Europa- comenzaron a ser invadidas por los bárbaros, esto es, gente que no pertenecía a la romanidad, que saqueaban las ciudades, fueron surgiendo los feudos, que fueron construyendo murallas a sus alrededores para controlar mejor las invasiones de los bárbaros, por lo que emergió un nuevo grupo de "protectores" que vendían seguridad (¿cualquier parecido con los tiempos presentes es mera coincidencia?), con el paso del tiempo se denominaron reyes, sin embargo, lo interesante de toda esta historia es cuando a Carlomagno se le ocurre unir su poder al de la apenas emergente iglesia católica y le "pide" que lo corone "en el nombre de Dios", por supuesto que lo anterior no fue por sus lindos ojos, si no por dinero, con cuota económica de por medio y detalles así. Y desde entonces, esa asociación ha rendido frutos hasta nuestros días.

Y es justo en esta coyuntura político-religiosa, donde ¡oh casualidad! se realizará la beatificación de Juan Pablo II, a la que asistirá Felipe Calderón, quien encabeza el gobierno de México, de sobra es conocido el profundo arraigo que la figura de Juan Pablo II tiene en nuestro país, por lo que, en estos momentos tan delicados que atravesamos la mayoría de los mexicanos, con la inseguridad y en nuestra economía, la visita a El Vaticano para un evento de esta magnitud y con tan importante personaje no puede menos que recordarme los inicios del poder divino que tienen los reyes. No es que piense que a eso va Calderón, pero sí que le urge dar una buena noticia y más si es con un tema relacionado con un personaje tan querido y admirado por algunos sectores de la sociedad mexicana.

En fin, al pueblo dadle pan y circo, que decían los romanos... y por los siglos de los siglos sigue siendo útil para quienes ejercen el poder.

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