jueves, marzo 03, 2011

Aire, agua, fuego y tierra en la poesía de Ramón López Velarde

Toca al poeta nombrar esa energía,
aislarla y concentrarla en el poema[1]
En el mundo de la astrología los signos zodiacales se encuentran divididos en 4 elementos: aire, agua, fuego y tierra, los cuales, según estas creencias son determinantes en el desarrollo de la personalidad de los individuos. Más allá de la posible veracidad de todo este entramado astral y sus implicaciones en la vida de los seres humanos, sí se puede afirmar que a algunos de nosotros nos ha fascinado las concepciones astrológicas, tanto que en ocasiones, por cualquiera que sea la causa, leemos nuestro horóscopo, tenemos curiosidad por saber qué dice nuestra carta astral, entre otras series de indagaciones que podemos realizar a efecto de estar enterados sobre lo que los astros desean hacer con nuestras vidas.
En algunas obras poéticas también podemos encontrar algunos rasgos de esta fascinación – o curiosidad tal vez - , en la poesía del autor mexicano Ramón López Velarde (1888-1921), además de que sus poemas se encuentran inundados de un aire de fatídica melancolía, los cuales van siendo recreados al compás de una desesperanza que los impregna de una fuerza interior única, también encontramos estos elementos del mundo zodiacal.
En el ensayo “El camino de la pasión”, en el cual Octavio Paz habla sobre la obra poética de López Velarde expresa que:
Proclamar que el mundo es mágico quiere decir que los objetos y los seres están animados y que una misma energía mueve al hombre y a las cosas. Toca al poeta nombrar esa energía, aislarla y concentrarla en el poema.
En los poemas de López Velarde nos encontramos con los elementos en pleno movimiento, el agua se presenta como una lluvia constante; el aire tristemente dispersa las penas de la voz poética; el fuego palpita en diversas formas, mayormente con alegorías al mundo católico y la tierra es Jerez, el lugar donde nació el poeta en el estado de Zacatecas, México. En sus Primeras poesías (1905-1912) se vislumbra cierta inocencia o candor juvenil, impregnados de una resignada melancolía, pero insertos en un mundo alejado de las grandes ciudades, encontramos a sus amores que son siempre inaccesibles.
Los versos de estos primeros años le cantan, en su mayoría, a la mujer imposible, nos cuentan esa resignación que acepta lo que no puede cambiar, como lo dice en “Huérfano quedará...”
HUÉRFANO quedará mi corazón,
alma del alma, si te vas por ahí,
y para siempre lloraré por ti
enfermo de amorosa consunción
En esta pequeña estrofa se puede observar esa tristeza que encontramos a lo largo de la obra de López Velarde, lo cual logra con el uso de sustantivos, adjetivos y adverbios siempre apesadumbrados, sombríos, ya que, el zacatecano se encarga de acompañar a cada sustantivo con uno o varios adjetivos que van reforzando los sentimientos de cierta impotencia y resignación frente al amor que no se puede concretar.

El aire

Un viento frío y lóbrego recorre cada espacio en las atmósferas creadas en los versos de López Velarde; a este respecto, María Zambrano escribió cuando habla sobre la creación de los poetas dice que “De allí, que hable de divinidades misteriosas, de musas, que le poseen, de fuerzas que habitan en su interior como en cercado propio", y este mundo interior va envolviéndonos con ese aire frío, fúnebre que llena todos los espacios.
En los 4 libros de poemas que se conservan del autor zacatecano que llevan por nombres “Primeras poesías” (1905-1912), “La sangre devota” (1916), “Zozobra” (1919) y “El son del corazón” la evolución en el tratamiento de los elementos va cambiando, primero el aire sólo figura como un medio a través del cual se van dispersando sus sufrimientos o va divulgando su pesar, como en el poema “Suiza”: y en los aires se dispersan/de los pájaros los trinos.
En su segundo libro el aire se torna un vehículo para propagar el olor de las flores: “Esparcirán sus olores/las pudibundas violetas”, en los poemas de este libro, las imágenes que utiliza son mucho más completas, con una extraña contradicción, se sienten más frescas, pero a la vez siguen siendo tristes.
La realidad experimentada en la lectura de sus poemas en el libro “Zozobra”, precisamente en eso se convierte en una zozobra, una atmósfera cada vez más densa, pesada; los versos se van haciendo más extensos, la voz poética canta:
y te respiro como a un ambiente
frutal; como en la fiesta
del Corpus respiraba hasta embriagarme
la fruta del mercado de mi tierra.

El agua

En términos generales, podemos decir que los poemas de López Velarde son “húmedos”, en la mayoría de ellos la presencia del agua es una constante que se va extendiendo, aunque como observamos con el tratamiento del aire, va evolucionando con el paso de los años.
En sus primeros versos el agua aparece en las lágrimas, en ríos, a la tierra la convierte en fango, en los libros que siguieron el agua se convierte en sangre, y en ocasiones se encuentra en el fondo de “El viejo pozo” donde se reflejan sus recuerdos de la infancia, el agua va en un río que no tiene retorno, como los actos en su vida.
A través del uso de palabras acuáticas vamos “flotando”, conociendo el mundo neblinoso en el que vive, como podemos observar “En las tinieblas húmedas...”:
He aquí que en la impensada tiniebla de la muda
ciudad, eres un lampo ante las fauces lóbregas
de mi apetito; he aquí que en la húmeda tiniebla
de la lluvia, trasciendes a candor como un lino
recién lavado, y hueles, como él, a cosa casta;
he aquí que entre las sombras regando estás la esencia
del pañolín de lágrimas de alguna buena novia.

La voz poética se encuentra “inundada”, sus sufrimientos y desazones pueblan su mundo en el cual todo es como la lluvia que la merodea por doquier: “Fuera de mí, la lluvia, dentro de mí, el clamor”, este clamor se expresa con adjetivos siempre tristes, que califican una vida considerada nefasta, tan insatisfecha que, cuando retorna a su hogar:
HE VUELTO a media noche a mi casa, y un canto
como vena de agua que solloza, me acoge...

El fuego

El universo poético de Ramón López Velarde está repleto de alusiones religiosas, entre las cuales se va hilando los recuerdos en un encuentro con el mundo del seminario en el que vivió durante su infancia y parte de su juventud. Aunque pudiera considerarse como exagerado su fervor religioso, curiosamente en los últimos poemas que escribiera comienza a introducir elementos de la religión de Mahoma con ciertas menciones de la cultura de la India. De las diversas alusiones a los elementos que conforman el catolicismo se va conformando el contrario de la figura del fuego eterno de Dios.
El fuego en los poemas de López Velarde en sus primeros creaciones se menciona en los astros, como canta la voz del poeta:
Estrella y azahar: que te marchites
mecida en una paz celibataria
y que agonices como un lucero
que se extinguiese en el verdor de un prado
o como flor que se transfigurase
en el ocaso azul, como en un lecho.
El cauce de la fogosidad en el poeta zacatecano no es erótico, su fuego se extingue o se encuentra a punto de hacerlo. Su fuego no es la llama que ilumina su pasión, por el contrario, está a punto de acabarse. Los otros “fuegos” se encuentran distantes, son esas estrellas que conforman el zodíaco, que están tan lejanos como las mujeres en sus poemas. En el poema “A la traición de una hermosa” expresa:
y en tus ojos, con lumbre sobrehumana,
brillan las tres virtudes teologales
Este fuego en contadas ocasiones puede llegar a ser santo, en el poema “Pureza” exclama que: te consagro la sublime floración de mi cariño/porque brillas con fulgores de divina refulgencia, pero ese brillo solamente lo contempla, no está a su alcance.
La tierra
La tierra de López Velarde es Jerez, Zacatecas, el lugar donde nació y donde vivió hasta su juventud. Su tierra natal es “colorada” y en ella transcurrieron sus primeros amores y desamores, sin embargo, lejos de un amor que se desborde de felicidad por esa tierra en la que nació, la recrea en sus poemas como un lugar ideal, sí, pero triste, será el lugar al que le gustaría ir a morir, pero del que se convierte en el escenario donde ocurren sus tragedias y es el testigo mudo de sus incontables penas.
Hay algunos poemas que le dedica a sus paisanos a los que todavía viven en Jerez, tenemos “Jerezanas...” y “Del suelo nativo”, sólo por citar un par de ejemplos, además también dedica otro poema a “La bizarra capital de mi estado”, en los cuales nos presenta su visión de los lugares donde creció y que también están desprovistos de imágenes alegres, nos narran lo pintoresco del paisaje desde una perspectiva sin esperanza, con un toque de triste nostalgia, como en “El retorno maléfico”:
MEJOR será no regresar al pueblo,
Al edén subvertido que se calla
En la mutilación de la metralla.
En “Tierra mojada...” se realiza la fusión del mundo acuático en el que va nadando la voz poética con la tierra que añora el poeta:
Tarde mojada, de hálitos labriegos,
en la cual reconozco estar hecho de barro,
porque en sus llantos veraniegos,
bajo el auspicio de la media luz,
el alma se licua sobre los clavos
de su cruz...
En esta estrofa se puede apreciar el sincretismo del mundo que rodea al poeta, encontramos todos los elementos que conforman su logos poético: el agua, (tarde mojada, llantos veraniegos), el aire (hálitos labriegos), el fuego (media luz) y la tierra como la base que se conjuga con los demás elementos obsequiándonos una imagen perfecta de toda su tristeza e infelicidad.



[1] Octavio Paz. Cuadrivio, p. 82.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me lo quedo de tarea, gracias por compartirlo.

 

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