martes, marzo 29, 2011

Entre el misticismo y la religiosidad: Olga Orozco, Héctor Viel Temperley y Marosa di Giorgio (Parte II)

Un momento místico con Olga Orozco

Tú hiciste que la luz fuera visible[1]

         Olga Orozco (Toay, Argentina, 1920-1999), perteneció a la generación surrealista Tercera Vanguardia, de la que también formó parte Oliverio Girondo. En su creación poética nos adentramos en múltiples imágenes que recuperan momentos mágicos, el poder de su memoria traslada nuestras emociones en un recorrido por la “casa”, su casa, que se convierte en nuestra casa, como lo señala la propia autora en Alrededor de la creación poética: “la memoria es una actualidad de mil caras, […] el pasado ha estampado sus huellas infantiles en los muros agrietados del porvenir”  y es así que se van tejiendo sus recuerdos desde un yo lírico que extiende su mirada hacia adentro, en las profundidades de una mente que revive el pasado de su infancia.

         Saúl Yurkievich describe la obra de Olga Orozco como “una poética de orientación surrealista, adicta al ejercicio de la imaginación sin ataduras”, además añade que “practica esta poética del subconsciente, opera con el flujo errático de la conciencia, con los poderes innatos a la facultad imaginante, única potencia capaz de captar el mensaje libidinal”, a lo que se añadiría que esa imaginación es en retrospectiva, pues, aunque en “La cartomancia” ve el futuro, éste se encuentra terriblemente arraigado en el pasado, ya la misma poeta sentenciaría: “la palabra secreta, capaz de crear un mundo o de devolver éste a sus orígenes, no se manifiesta a través de ninguna aproximación”.

         Aunque se pudieran escribir miles de páginas tratando de ahondar en las inmediaciones de esta gran poeta argentina, sólo un pequeñísimo aspecto trataremos de dilucidar en esta oportunidad, el cual se trata de ese momento en que lo místico se apodera de su poesía, ese camino en búsqueda de la perfección, esa participación de la vida divina a la que sólo unos cuantos han podido alcanzar.

         En el poema “En la brisa, un momento” podemos ubicar ese ascenso en el que la voz poética va encontrando la manera de comunicarse con su amado que ya murió, tal como lo menciona María Zambrano: “la idea primera que del amor se crea, es ya mística […] el amor carnal, el amor entre los sexos, ha vivido “culturalmente” es decir, en su expresión, bajo la idea del Amor platónico que es ya mística”, unas líneas más adelante continúa diciendo “El amor por quien se propaga la vida… Este es, creemos, el fundamento de toda mística: que el amor que nace en la carne (todo amor “primero” es carnal) tiene, para lograrse, que desprenderse de la vida, tiene también que convertirse”, es este amor el que le permite al yo lírico inmerso en este poema  comunicarse con el amado ausente:
Aún nos queda el amor:
esa doble moneda para poder pasar a uno y otro lado.
Haz que gire la piedra, que te traiga de nuevo la marea,
aunque sea un instante, nada más que un instante.

         Y esta conversión la obtiene a través del lenguaje, no de la lengua articulada, va descubriendo la creación de su propio lenguaje, lo que ocurre después de una contemplación profunda de su casa vacía, ya sin la presencia de su compañero, comienza a percatarse de que aún continúa ahí:
Juguemos a que estamos perdidos otra vez entre los
                             [laberintos de un jardín.
Encuéntrame, amor mío, en tu tiempo presente.
Mírame para hoy con tus ojos de miel, de chispas y de claro tabaco.
Sé que a veces de pronto me presencias desde todas partes.
Tal vez poses tu mano lentamente como  esta lluvia sobre mí cabeza

Poco a poco descubre ese nuevo lenguaje con el que se están comunicando, no lo había notado, sin embargo:
y he oído en el pan que cruje a solas el pequeño rumor con que me nombras,
tiernamente, en secreto con tu nuevo lenguaje.
Lo aprenderé, por más que todo sea un desvarío de lugares hambrientos,
Una forma inconclusa del deseo, una alucinación de la nostalgia.

En los primeros versos de este poema se reflexiona sobre la pérdida:
Y me pregunto ahora cómo hacer para mirar de nuevo una torcaza,

Prosiguen sus reflexiones sobre sus sentimientos ante la ausencia del hombre que ama:
Pero acá sólo encuentro en mitad de mi pecho
esta desgarradura insoportable cuyos bordes se entreabren
y muestran arrasados todos los escenarios donde tú eres el rey

Cuando logra superar su “ceguez” debido a que el dolor que la acompaña no le permite observar, llega a un estado de lucidez, a través del cual le es posible ver más allá de los objetos que la rodean y así logra comunicarle a su amado sus deseos:
yo te reclamo ahora en nombre de tu sol y de tu muerte una sola señal,
precisa, inconfundible, fulminante, como el golpe de gracia que parte en dos el muro
y descubre un jardín donde somos posibles todavía,
apenas un instante, nada más que un instante,
tú y yo juntos, debajo de aquel árbol,
copiados por la brisa de un momento cualquiera de la eternidad.

 Hablando sobre la posibilidad que tienen los poetas cuando logran encontrar las palabras precisas, Olga Orozco escribió:
El que se interna amparado por la lucidez, como por el resplandor de una lámpara, no ejercita sus ojos y no ve más allá de cuanto abarca el reducido haz luminoso que posee y transporta. 

         Sólo aquél que logra desprenderse del mundo cotidiano, logra detenerse un momento y tiene la posibilidad de comenzar a descubrir esas otras voces que se esconden en los lugares comunes de todos los días. La voz poética de Olga Orozco logró detener su tiempo, decirle adiós a la memoria y concentrarse en los objetos a su alrededor, y justamente ahí encontró la manera de comunicarse con su amado muerto.


[1] Olga Orozco

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